Descripción
Jurisconsulto, funcionario, político y escritor en verso y prosa del siglo XIX.
Nació Lorenzo N. Quintana —nos dice Constantino Suárez, «Españolito», en Escritores y artistas asturianos— en Cue (Llanes - Asturias) en 1810, en el mes de mayo, el día 12 según unos y el 18 a decir de otros. Descendiente de familia muy modesta, debió a su talento y férrea voluntad cuanto alcanzó a ser y representar.
Comenzó a estudiar Latinidad en Llanes y luego, en 1824, pasó al colegio de frailes benedictinos de Celorio, incorporado a la Universidad, en el que cursó los dos primeros años de la Facultad de Filosofía. El curso tercero lo hizo en el Seminario Conciliar de Burgos. Luego (1827), protegido en Sevilla por don Luis Colom y el arzobispo González Cienfuegos Jovellanos, estudió Leyes y Cánones hasta licenciarse en la Universidad de Sevilla.
Siendo estudiante universitario, se dio a conocer en Sevilla como poeta en algunas publicaciones locales, principalmente en La Lira Andaluza. También envió composiciones a la prensa asturiana, una de ellas celebrando el momento de ser investido de licenciado en Leyes.
Poco después de acabada la carrera, se trasladó a Madrid con un destino de escribiente en la pagaduría general del Ministerio de Estado (1839), con sueldo anual de mil pesetas. En 1845, favorecido por el famoso hacendista Alejandro Mon y Menéndez, pasó como oficial tercero a la Dirección de Rentas Estancadas. En 1852 fue subdirector, y director al año siguiente, de Contribuciones Indirectas. Su creciente autoridad y prestigio en materias hacendísticas le llevó posteriormente a ocupar la Dirección General de Rentas Estancadas (1854) y la de Aranceles y Aduanas (1858). Más tarde se le designó presidente de la Sección de Hacienda en el Consejo de Estado, puesto del que dimitió después de la revolución de setiembre de 1868.
Con las actividades administrativas alternó las políticas. En 1857 Llanes le eligió diputado a Cortes y representó a este distrito en el Parlamento hasta 1865, pues aunque en las últimas elecciones (1854) también Infiesto le dio el triunfo, optó por el distrito que ya venía representando. En 1865 salió triunfante su candidatura por el distrito de Oviedo, de los dos en que entonces fue dividida Asturias, y representó a esa jurisdicción hasta la caída de Isabel II (1868).
Ni las ocupaciones administrativas ni las políticas le impidieron continuar sus ejercicios literarios. Algunas publicaciones ovetenses de juventud le contaron como colaborador, entre ellas la Revista de Asturias, primera época (1858-59), y diarios como El Faro Asturiano, que dirigió Protasio González Solís. Colaboró, asimismo, en diferentes publicaciones madrileñas y en Madrid fundó bajo su dirección en 1859 el periódico El Reino, que vivió hasta 1866.
Con la restauración de la Monarquía, Quintana se decidió a intervenir nuevamente en la vida pública, primero como senador por la provincia desde 1877 y luego como senador por la Universidad desde 1879 hasta su fallecimiento.
Se jubiló como funcionario administrativo en 1882. Posteriormente desempeñó, sin retribución, los cargos de presidente de la Junta de Estadística y vocal del Consejo de Incautación de los Ferrocarriles del Noroeste.
Prestó a la región natal, y particularmente a Oviedo, grandes servicios políticos y administrativos, por lo que esa ciudad le correspondió con el nombramiento de hijo adoptivo y luego rotulando una calle con su nombre.
Desde 1876 hasta su muerte, diez años después, fue prefecto-presidente de la Real Congregación de Nuestra Señora de Covadonga, asociación sostenida por los asturianos y descendientes de éstos con residencia en Madrid. En 1885 fue uno de los fundadores del Centro de Asturianos, en cuya primera junta directiva, bajo la presidencia de José Posada Herrera, desempeñó la vicepresidencia.
Fue Quintana hombre de conducta escrupulosamente limpia. Según Protasio González Solís, se le calumnió de haber favorecido mercenariamente al señor Manzanedo en cierta importante contrata de tabacos, calumnia que tomó pie de que habitaba una casa propiedad de dicho señor, la cual abandonó prestamente; el citado autor, en apoyo de la honorabilidad de Quintana, afirma: «No habían transcurrido muchos años, y necesitando don Lorenzo, que vivía con suma modestia, hacer un gasto extraordinario, dijo a un amigo que de buena gana se desharía de algunos cuadros de familia, que había traído de Sevilla, y de la colección de autores españoles, pues ya la vista se le había debilitado mucho y no podía leer en esos libros. Los que frecuentaban su trato y su casa, saben que allí reinaba la más estricta economía, y que los últimos años estuvo atenido a su jubilación de Consejero de Estado».
De cuantas condecoraciones se le ofrecieron por méritos prestados en sus servicios al Estado, sólo aceptó la Encomienda de Carlos III, ofrecida personalmente por Isabel II, y aun así tenía este premio en mucha menor estima que el título de hijo adoptivo de Oviedo, que mostraba siempre con orgullo.
Dejó de existir Lorenzo Nicolás Quintana en Madrid el 18 de febrero, y no enero —matiza Constantino Suárez—, de 1886.
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